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  • La Revista Estadio en su edición del 13 de abril de 1956 consignó una obra que fue un impacto para Valparaíso

¿Usted no conoce aún el velódromo de Playa Ancha?

Chago Rebolledo, gerente de Wanderers, y ya definitivamente nacionalizado porteño, fue el de la pregunta. Yo no conocía el velódromo. Me habían hablado de él y me lo habían elogiado. Pero no lo conocía. Hablé mucho de la falta de velódromos, de que era indispensable de que haya uno en cada ciudad. He estado años enteros del olvido en que vive el deporte pedalero. Pero no conocía el velódromo de Playa Ancha…

Venga –me dijo Chago-, le voy a presentar a unos amigos que lo llevarán a verlo…

Eran ellos Francisco Huerta Valle, presidente de la asociación porteña; Serafín Pinedo, vicepresidente, y Juan Villalobos, protesorero. Con ellos fui a ver la maravilla.

Y, de veras, es una maravilla. Un orgullo para Valparaíso, una joya que costó treinta millones y que debe agradecerse a la municipalidad del puerto y al tesón con que los dirigentes del ciclismo de allá trabajaron por interesar a las autoridades durante años y años…

La lucha comenzó en 1945. El ciclismo de Valparaíso estaba condenado a morir. Y moría poco a poco, se desvanecía, le faltaba el oxígeno que significa una pista. Unos pocos entusiastas no querían conformarse. Iban de aquí para allá, hablaban en todas partes. Pedían, imploraban, gritaban. Pero nadie les hacía caso. Fueron a Buenos Aires y de allá se trajeron los planos del velódromo de Platense. Una pista de tierra modestísima. Pero eso sería más que nada. Promesas no cumplidas, falta de fondos. Y el velódromo no salía.

-Pero tuvimos suerte –me dice ahora el señor Huerta-. Suerte en nuestro infortunio. Hubo hasta posibilidades de que el Estadio Valparaíso se encajara, alrededor de la cancha de fútbol el ansiado velódromo. Pudo haberse construido el de tierra y habríamos quedado felices. Por eso le digo que tuvimos suerte. Porque si algo de eso se logra, no tendríamos este de ahora. Varios alcaldes de la ciudad han colaborado en la realización de nuestro sueño. Los señores Alfredo Nazar, Rolando Rivas y Leónidas Leyton. Pero especialmente don Santiago Díaz Huerta, que dio la batalla, que tuvo visión y miró hacia el futuro.

-Se luchó contra la incomprensión y la indiferencia –agrega el señor Pinedo-. Cuando comenzó a construirse dijeron que los altos peraltes, que nadie aquí conocía, servirían nada más que para matar ciclistas. Incluso hubo pedaleros veteranos que lo dijeron. Y ahora hasta los niños andan en bicicleta en el velódromo y dominan las curvas…

¡Un hermoso velódromo! Lo fui a ver, me senté en sus tribunas, anduve por la pista. Como aficionado al ciclismo me sentí emocionado. Como santiaguino, envidioso. ¡Si tuviéramos en la capital un velódromo como este! Pensé en los sufridos pedaleros metropolitanos, en los pistards que tienen que correr en el Parque, en la calle o donde sea… Vi, en mi imaginación incrustada en los terrenos del Estadio Nacional una joya como esta de Playa Ancha. En nuestras largas charlas pedaleras hemos hablado tanto de una pista como esta. Y yo estaba en ella, la miraba de abajo, de arriba, de todas partes…

Hay que aprovechar este velódromo. Meter gente, llenarlo de ciclistas, darle vida. Miles de ciclistas. Cuando Dante Panzeri, cronista de “El Gráfico” de Buenos Aires estuvo acá para el Sudamericano de Natación lo llevaron a verlo.

Se entusiasmó:

-Este –dijo- es uno de los mejores velódromos del mundo. Y de los más hermosos…

Tiene una pista de nueve metros y, sus peraltes, una inclinación de 38 grados en su máximo y de 10 en el mínimo. La pista tiene 250 metros, que es lo ideal, y pueden asistir a los espectáculos algo así como seis mil espectadores. En el centro de la pelouse hay un rectángulo de cemento, en el que podrán efectuarse partidas de hockey en patines o básquetbol y encuentros de boxeo. Bajo las tribunas, hacia el mar, existe espacio suficiente para instalar cómodos camarines y también cuartos para concentraciones. Todo se irá haciendo con el tiempo. Y también podrán ampliarse las tribunas por el lado del estadio de fútbol. Es un velódromo para el presente y para el futuro. El ciclismo porteño tendrá que renacer, empujado por el velódromo.

Pero hay que aprovecharlo al máximo. Organizar carreras todas las semanas, interesar a los jóvenes, traer pedaleros de Viña, de Quillota, de Santiago, cada vez que sea posible.

Los santiaguinos debieran hacer visitas frecuentes, competir en él, animarlo. Es una obra que exige actividad, que invita a la actividad.

¡Tenemos un velódromo! No está en Santiago, es cierto. Pero es para todos, está abierto a todos.

-La inauguraremos el 28 de abril –me ha dicho el señor Huerta- con un espectáculo internacional. Haremos venir a argentinos y uruguayos. Acá tendrán que competir con los santiaguinos y otras ciudades. Nosotros no tenemos ases del pedal, por el momento. Pero el velódromo los irá creando, estoy seguro. Ya hemos realizado en el varias competencias y seguiremos organizando programas todas las semanas. Ya han aparecido algunos novicios con condiciones. Para este año tenemos la sede del campeonato nacional. Nosotros deseamos efectuarlo en enero del año próximo, pero nos han dicho que eso no es posible, que tiene que ser en 1956. Un detalle reglamentario, que con buena voluntad puede solucionarse. En enero hay muchos turistas en Valparaíso y Viña del Mar. Ellos darían más realce a la fiesta y cooperarían a su financiamiento. Para bien del ciclismo, me parece. Enseguida organizaríamos un torneo sudamericano de invitación. Con participación de Argentina, Brasil, Perú y Uruguay. Si tenemos un velódromo este ¿no cree usted que estamos obligados a hacer algo grande en él?

Hay entusiasmo en los dirigentes del pedal porteño. Soñaron tantos años con tener un velódromo y la realidad superó sus propios sueños. Valparaíso tuvo un ciclismo floreciente, hace muchos años. En los tiempos de Benítez, quizá. Pero se fue muriendo poco a poco. Ahora el velódromo lo hará renacer, lo fortalecerá.

Construido por la Dirección de Obras Municipales, los planos pertenecen al arquitecto Mario Recordón, hombre que prolongó su vida deportiva en su profesión. Es un velódromo de líneas hermosas y modernas, con cierto parecido al de Palermo, con una magnífica entrada para las pruebas camineras y con todos los atractivos de su pista de 250 metros con peraltes empinados y rectas cortas.

Esos velódromos de 500 metros ubicados alrededor de una cancha de fútbol y más afuera de la pista atlética, ya pertenecen al pasado. El del estadio en que se jugaron los Juegos Olímpicos de 1928 en Amsterdam, era de ese tipo. El de nuestro Estadio Nacional también. Pero no cabe duda de que, si no hubieran colocado ahí el velódromo, el ciclismo tendría ahora una pista en Santiago. Una pista de 250 metros, como esta de Valparaíso, en la que nuestros pedaleros podrían desarrollar plenamente su actividad y brindar espectáculos atractivos.. Porque es muy diferente correr en una pista de 500 metros que en una de 250.  En los velódromos pequeños, el ciclismo se hace más emocionante, hay más facilidad para sacar vueltas en las pruebas largas y los competidores están obligados a mantenerse permanentemente alertos. Las pruebas a la americana, seis, doce o veinticuatro horas, resultan así intensas y sin esas largas treguas que, a veces, hasta las hacen aburridas. Gana el espectáculo, y por ende, se populariza el deporte pedalero. Se advierte esto incluso en las competencias de fondo, por caminos. Para el espectador esa caminera del último campeonato nacional fue una revelación. Porque se corrió en un circuito hasta cierto punto, reducido, y el público no tenía tiempo de despreocuparse de su desarrollo.

La Municipalidad de Valparaíso ha dado un ejemplo que ojalá sirviera. Ha demostrado que se interesa por el deporte. Con este velódromo de Playa Ancha ha señalado el camino, y ojalá que esto haga abrir los ojos a la capital. El sueño de los ciclistas metropolitanos se ha hecho realidad en el puerto.

Los dirigentes porteños están entusiasmados. Mientras caminábamos por la pista, mientras me iban mostrando, pedazo a pedazo, su joya, no cesaban de preguntarme:

-Díganos ¿qué le parece? ¿Cree usted que está bien? Dante Panzeeri nos aseguró…

-Sí, es hermoso, es una maravilla. Conocí el de Palermo, donde se efectuaron las pruebas ciclísticas de los Primeros Juegos Panamericanos, y éste me gusta más. Por sus líneas, porque es un poco más pequeño, por el paisaje mismo…

-¿De veras que le gusta más?

Y es cierto. Me gusta más por muchas razones y muchos aspectos. Está muy bien construido y muy bien ubicado. Tiene enormes perspectivas para el futuro, incluso en lo que se refiere a camarines, posibles habitaciones para concentraciones de ciclistas, las que pueden ubicarse fácilmente bajo las tribunas, donde existe terreno muy propicio. Me gusta, además, por su belleza. Belleza de líneas y panorama. Está rodeado de grandes árboles, y desde las tribunas se divisa el océano. Con sus gaviotas, sus aguas azules, la blancura de su espuma, su inmensidad y su grandeza. Incrustado en un cerro porteño, los árboles lo defienden de los vientos playanchinos y agregan a él su agreste belleza.

 En las tardes de fiestas pedaleras, los triunfadores escucharán como los aplausos se confunden con el rumor maravilloso que viene del mar.

PANCHO ALSINA

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